Ken Robinson
presenta dos razones para reformar la educación pública: la formación de futuros
trabajadores que ocupen un lugar en el sistema económico del S.XXI y la
conservación de la identidad cultural del país en cuestión en un mundo que
corre hacia la globalización. El problema que nos plantea es que para dar
respuesta a estas nuevas cuestiones se emplean los mismos métodos de enseñanza
que en el pasado, sin tener en cuenta el enorme cambio que se ha producido
gracias a la revolución tecnológica.
Tener un título universitario ya no
significa tener un trabajo, por lo que ya no merece la pena para muchos jóvenes
ese esfuerzo por conseguir un título que en algunos casos provoca marginación
de diferentes tipos. El sistema educativo actual fue concebido en la cultura
intelectual de la Ilustración y en la coyuntura económica de la Revolución Industrial
y se basada en la capacidad académica, clasificando universitarios y no
universitarios y dejando de lado el don, la vocación o entusiasmo de cada
individuo.
El mundo ha cambiado y la escuela
sigue con sus mismas metodologías, así Ken Robinson ironiza sobre el trastorno
de déficit de atención con hiperactividad (TDAH) al defender a los estudiantes
que son obligados a permanecer quietos en clases pasivas llenas de lecciones
magistrales. Los estudiantes para poder ajustarse a las exigencias de la
escuela (que no se adapta a ellos ni al contexto) son medicados en Estados
Unidos como consecuencia de la moda farmacéutica.
La escuela no contempla otras
aptitudes (solo la académica) así personas que académicamente tienen mayor
dificultad, se sienten mediocres y fracasan sin que sus habilidades se
potencien y lo peor de todo, terminan su escolarización sintiéndose poco
valiosos para el sistema productivo.
La escuela debe despertar
a sus alumnos para que cada uno descubra su capacidad. El autor propone un
nuevo paradigma que rompa con las estructuras de “fábrica” de las escuelas
(organización por cursos, asignaturas, clasificación por edades, exámenes
estandarizados, criterios rígidos de evaluación…) buscando la manera de que el
alumnado aprenda en función de sus intereses y necesidades, se autorealice y
aprenda a trabajar con y en el grupo.
Una manera de dar a cada
uno lo que necesita es permitiendo el desarrollo del pensamiento divergente en
las aulas, algo que considero que inconscientemente el profesorado tiende a
boicotear. A menudo se dice que solo hay una manera de responder, de plantear
una cuestión, de opinar, de justificar, razonar y de calificar; siempre nos
debatimos entre el bien y el mal, el blanco y el negro y nunca contemplamos las
escalas de grises. Al respecto, Ken Robinson nos presenta algunos datos para
argumentar como la escuela apaga la capacidad humana de pensar de diferentes
formas, se trata de un estudio longitudinal que valoraba el pensamiento
divergente a través de una sencilla prueba (enumerar diferentes usos de un
clip). El estudio revela cómo esa capacidad va decreciendo según el alumno va
ascendiendo por el sistema educativo. ¿Por qué? Porque nuestro paradigma
educativo se basa en la capacidad académica para reproducir el conocimiento y
en la tendencia a aislar al individuo en el proceso de aprendizaje.
Estoy de acuerdo con la
idea de que la educación necesita un cambio radical, un nuevo paradigma que se
ajuste a los nuevos retos del futuro. Hoy en día necesitamos contemplar la
capacidad del ser humano de forma integral teniendo en cuenta el concepto de
inteligencias múltiples y la diversidad del alumnado. El ser humano es mucho
más que su capacidad lingüística o matemática, en la adultez hablamos o leemos
sobre cómo mejorar nuestra inteligencia social, emocional, ecológica, ejecutiva
(últimos best sellers)… pero ¿por qué no las desarrollamos en la escuela? Tampoco
tenemos en cuenta que hay personas que se expresan mejor con imágenes o con
ritmos, o que dan lo mejor de sí mismos si trabajan en grupo o en pareja, que
se motivan si hay retos, investigación y no aprendizajes pasivos y cerrados.
Es un reto para las instituciones
y la sociedad en general ya que lo más cómodo es reproducir linealmente lo que
venimos haciendo desde hace un siglo. Si la escuela no cambia, tal vez volvamos
a planteamientos parecidos a los del siglo XIX de los que nos habla el autor,
en este caso a un nuevo tipo de analfabetismo. La escuela debe prescindir de “su
reserva genética” tradicional y cambiar el pensamiento del profesorado,
empezando por la formación inicial (como este máster, que ya es un cambio) y
continua; siendo ella misma ejemplo de pensamiento divergente, planteándose
diferentes soluciones para una misma situación, diferentes maneras de
interpretar las dificultades del alumnado, del profesorado, las familias, etc.
Este cambio no hace falta que sea forzado por el estado, sino que deben ser los
propios profesionales de la educación los que busquen la manera más eficaz de
realizar su trabajo para los alumnos, que son los “clientes” de la educación.
En otras asignaturas hemos visto como profesores de institutos han innovado en
su manera de dar las clases, consiguiendo una mayor motivación y por
consiguiente unos mejores resultados. Aunque también es verdad que siempre son
necesarios ciertos recursos económicos, y que a partir de cierto número de
alumnos es más difícil manejar una clase…
El mundo cambia, la crisis
afecta y necesitamos mentes despiertas que traigan ideas nuevas para todos,
creo que Ken Robinson es una de estas mentes, es bastante claro y radical en
sus planteamientos pero tal vez es necesario personas como él que inicien
cambios y promuevan reflexiones.
Finalmente he de mencionar
la acertada animación realizada por RSA Animated, facilitando el entendimiento
y haciendo trabajar los dos códigos del cerebro.
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